
Con cierto grado de adaptabilidad en nuestro nuevo hogar, yo me divertía todo el día fastidiando a Chavela porque era una gata muy pequeña y chillona. Debía comprender quién manda y quién obedece. Es parte de nuestra esencia gatuna. Siempre hay un alfa quien controla los espacios y decide cuándo otros gatos pueden o no ocuparlos y más si se trata del regazo del humano. Mi espacio favorito. Incluso, controlamos a nuestro humano porque le hacemos creer que ellos son los amos.
Retomando lo de Chavela. Cuando nuestro humano regresaba. ¿No sé de dónde?, porque se iban desde muy temprano y lo veíamos irse y ya. Nos quedábamos frente a la puerta esperando rato a ver si regresaba y lo hacía después de largas horas. Al llegar, la chillona de Chavela salía corriendo a esconderse entre las piernas de amo. Le deba muchas quejas y yo la miraba a la distancia con ojos de fastidio pero no paraba de maullar. Así, transcurría muchos de los días, hasta que el humano trajo algo que llamó guacal.
Lo curioseamos por un buen rato y en los primeros días, se convirtió en un buen lugar para escondernos y descansar. Un día, él nos metió a Chavela y a mí para llevarnos a donde un tal veterinario. Todo era extraño para nostras porque veíamos cómo las paredes parecían subir después de entrar en una caja gigante. Luego, veíamos edificios que se iban quedando atrás y Chavela. Ayy Chavela, sí. Chille que chille. Llegamos a donde el veterinario y nos comenzó a observar. No puso algo en la cola que fue incómodo pero que dijeron era para saber la temperatura. Me masajeó la panza y la columna.
Ese día nos dieron un jarabe para desparacitarnos y quince días después nos chuzaron el lomo con las vacunas de la rabia y la triple felina. Todo porque nuestro humano quiere que estemos bien de salud. Nos desparacita cada tres meses porque somo unas gatas hogareñas. Si los gatos salen a espacios abiertos, debe ser más seguido y la vacuna de la triple felina es cada año. No me gusta el veterinario pero sé que el humano me lleva para vernos sanas.
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