
Yo vivía en la calle de barrio en un clima muy caliente. Deambulaba de aquí para allá sobreviviendo como podía. En ocasiones, personas caritativas me alimentaban pero no tenía familia ni techo donde me sintiera seguro. Muchas veces tuve que defenderme de las jaurías de perros callejeros que se cuidaban entre ellos mismos.
Una noche, cuando de costumbre estaba deambulando por la calle, caminaba con dificultad porque mi pata derecha estaba quemada. Tenía mucha hambre y me sentía cansado. De repente, vi que cerca a mí, llegaban muchas personas en compañía de un perro grandote. Al comienzo me sentí algo asustado pero luego vi que me querían ayudar. Me alimentaron con las pepas del perro grandote, me ayudaron a quitarme las garrapatas y me dieron agüita. Para mí fue muy aliviador ese momento.
Así conocí a mi mamá. Ella aún no sabía que lo iba a ser, pero yo ya lo presentía. Era cuestión de tiempo de que se diera cuenta de ello. Siempre me acercaba a su casa cuando ella llegaba. Sin reparos, me consentía, me alimentaba y me hablaba. Se necesitaron unas 36 horas para que tomara la decisión que me daría un giro enorme en mi vida. La decisión de adoptarme.
Me recogió y me llevó al médico. En ese momento supe que no me iban a dejar. Mi tío Felipe me llamo Tony porque parezco un tigre. Un tigre fuerte como que está en el empaque del cereal de su desayuno. Desde ese entonces, vivo con mis papás y mi hermano Draco. Sí, mi hermano, el perro grandote que vi el primer día. Al comienzo, tenía reservas pero ahora, hasta me defiende y dormimos juntos.
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